martes, 23 de noviembre de 2010

compartiendo experiencias

Huevos fritos, un desastre. El primero, abro el gas y enciendo el fuego (ni muy fuerte ni muy flojo), coloco una sartén encima y le pongo aceite, voy comprobando con la palma de mi mano si el aceite están suficientemente caliente. Cuando creo que lo está rompo el huevo en el canto de la sartén. Genial, se me ha roto la yema y se me han caído trozos de cáscara que flotan felices entre el huevo destrozado y el aceite caliente. El tenedor se encarga de pescarlas, no sin esfuerzo. Mientras, el huevo se expande, queja, salpica, se pega y no se porta bien. Busco una herramienta que creo que se adecua a mi necesidad de traspasar el huevo al plato y que además me ocasione el mínimo problema posible. Elijo una espátula que encuentro por ahí. Es obvio que esto también ha salido mal pero al final lo he conseguido. Mis compañeras flipan con mi “huevo frito” y con que sea el primero. Yo, estoy orgullosísima de él y de que encima esté bueno. No se me ha olvidado ponerle sal pero no sé si me animaré a hacer otro. Bueno, lo importante no es la primera impresión. El segundo basta decir que ha sido peor, aunque sin cáscaras, ni roturas (al menos al principio) y que no ha parado de temblarme el pulso desde que lo he empezado a hacer hasta que he terminado de comérmelo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusta la descripción de tu primera experiencia en freir un huevo frito. Responde exactamente a la inexperiencia.
Por cierto, para que el tercero que frías sea un éxito, un consejillo: rómpelo primero en un playo y échalo en una sartén con muy poco aceite. Te quedará al plato y no frito pero: más sano y más asegurado que quede entero.